La honrada vida de Álvaro Carreño, el asturiano del cuadro Astuto negociante, fue escribrano, prestamista y recaudador, integró misiones al extranjero e influyó mucho en la Corte Encargó a sus descendientes que pagaran su cuenta al boticario y le cobraran un vaso de plata que le prestó para un viaje Contrajo la peste bubónica y fue atendido en Oviedo por un curandero
El financiero y funcionario de Carlos V dejó precisas instrucciones en su testamento para restituir el honor de una joven, reconocer hijos bastardos y saldar deudas
14.09.2013 | 05:17
Oviedo, M. S. MARQUÉS
Cuando el emperador Carlos V desembarcó en Tazones en 1517 le acompañaba, formando parte de la comitiva de nobles de su séquito, su aposentador financiero Álvaro Carreño, el primer asturiano que, junto a su esposa María González de Quirós, aparece retratado en una pintura, una tabla devocional de la escuela flamenca: el Tríptico de la Adoración de los Reyes Magos, que el hidalgo debió encargar durante su estancia en Flandes como integrante de la comitiva del viaje emprendido por Carlos V para conocer sus dominios.
La obra, una de las joyas del Museo de Bellas Artes de Asturias, cobra actualidad estos días porque va a viajar a Bruselas para una exposición sobre pintura flamenca. El historiador Juan Carlos Aparicio desmenuzó esta semana en una conferencia en Oviedo muchas de las interioridades del cuadro y de sus protagonistas, dejando al descubierto una vida apasionante.
De Álvaro Carreño, funcionario del Rey y hombre de negocios que dedicó su vida a hacer dinero y adquirir propiedades, se sabe que nació en Prendes, aunque no se conoce la fecha exacta. En 1510 ya estaba en Oviedo como figura relevante de la sociedad local. Allí casó con María González de Quirós, hija de una acaudalada familia ovetense, cuya dote fue clave para fundar el mayorazgo familiar.
Si el matrimonio con una mujer que pertenecía a la casa de Quirós fue un impulso importante en la trayectoria económica del astuto negociante, más lo fue la intensa actividad que desarrolló durante toda su vida como escribano y recaudador de impuestos, ocupaciones a las que sumó las de prestamista y aposentador real.
Los Carreño debieron vivir durante un tiempo en la antigua fortaleza levantada sobre las ruinas del castillo de Alfonso III, en las inmediaciones de la actual plaza de Porlier ovetense, pero se ignora la localización de alguna otra residencia. Dado que los Carreño formaban parte de la burguesía del momento, se cree que su vivienda estaría en un lugar prominente de la ciudad medieval. Algunos estudiosos la sitúan en el número 36 de la calle Cimadevilla, pero está casa, aún presente en la actualidad, también pudo ser la residencia de sus descendientes.
María González de Quirós y Álvaro Carreño fueron enterrados en su propia capilla de la iglesia de san Tirso, donde estaba depositada la tabla traída de Flandes en la que aparecen como donantes. De la esposa se sabe que murió de parto y que cuarenta días después falleció el recién nacido. El matrimonio tenía otros dos hijos: Benito y Catalina, a los que Carreño encomienda en su testamento sus otros cinco vástagos bastardos.
El financiero desarrolló una vida muy activa en la Corte. En 1925 formó parte de un viaje real a Portugal, de donde regresó enfermo de peste bubónica de la que fue atendido por un curandero en Oviedo. Viajó después a Luarca para seguir tratándose. Supero la enfermedad pero su salud ya no fue la misma, lo que no le impediría seguir prestando atención a sus negocios hasta poco antes de su muerte.
Hacer dinero, atender pleitos y ampliar sus propiedades fueron los objetivos de su vida, como queda reflejado en su testamento donde, según el historiador Aparicio, también se aprecia la obsesión porque la honradez fuera una de las virtudes de su casa.
En su testamento, dictado un mes antes de morir, señala a sus cinco hijos bastardos y pone nombre a dos de ellos: Juanita y Fernando. A Juanita la encomienda a su hija legítima Catalina, a la que pide que se ocupe de ella, que la enseñe a coser y que la case. Le deja en herencia 6.000 maravedíes. Encarga que Fernando se haga clérigo, y encomienda sus otros tres bastardos, de los que no cita sus nombres, a su hijo legítimo Benito, al que pide que se ocupe de ellos y que les entregue 2.000 maravedíes para que puedan vivir honradamente.
Álvaro Carreño no se olvida en el testamento de Isabel de Valdés, «que siendo muchacha se vino a mi casa, y muchas personas tuvieron sospecha de que yo dormía con ella y la difamaron». Para pagar lo que considera una infamia ordena que se le de en compensación una res del ama que la crió en Siero, que se case «y tome vida de mujer honesta». También en sus horas finales quiso compensar las atenciones de su dos criados, a los que dejó encargado que se les pagara la soldada, otorgando además 1.500 maravedíes para él y 1.000 para ella.
El testamento, que se conserva en el Archivo Histórico de Asturias, es clave para conocer la personalidad del financiero, su preocupación por la honradez y su interés pecuniario. En su libro de contabilidad figuran los nombres y las cantidades que le adeudan. Y pide expresamente que se salden las cuentas con el boticario y que se le cobre un vaso de plata que le prestó para un viaje a Castilla. Todo un personaje.
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